Parece una dieta «milagro», porque nos puede hacer adelgazar sin el menor sacrificio. Sin embargo, es algo refrendado por la ciencia, ya que dormir poco altera el nivel de ciertas hormonas, con la consecuencia de que se tiende a comer en exceso y a engordar. Y, además, de forma notable. Esto hace que la almohada sea la tercera pata del taburete en el que descansa la lucha por un peso razonable, junto a una dieta adecuada y a la actividad física.
Al principio, no era más que el saber popular lo que marcaba entre siete y ocho las horas necesarias de sueño para un adulto (más, en el caso de los niños). Sin embargo, durante la última década se han ido acumulando pruebas científicas acerca de lo perjudicial que es dormir poco, y el dictamen de los expertos ha fijado como cifra ideal la ya indicada.
Se han realizado diversos estudios en los que se ha limitado el número de horas que dormían individuos sometidos a análisis, para a continuación medir la variación que experimentaban en ellos los niveles de diversas hormonas. Los resultados indicaron que la falta de sueño induce una reducción de leptina, hormona que inhibe el apetito, y un aumento de grelina, que lo estimula. En base a esto, el resultado es previsible: si se duerme poco, se engorda.
Debido a lo desconocido de este mecanismo entre la población, por lo novedoso que es, se puede caer en la tentación de pensar que su efecto será poco perceptible. Pero nada más lejos de la realidad: si hacemos caso de diversos estudios epidemiológicos, dormir poco o mal aumenta entre un 40 y un 50% el riesgo de sobrepeso u obesidad. También se ha constatado que la posibilidad de éxito de una dieta de adelgazamiento disminuye de forma significativa si no se duerme el número adecuado de horas.
Adicionalmente, otro estudio indica que aquellos adultos que duermen menos de cinco horas tienen un perímetro abdominal seis centímetros mayor que los que duermen de forma correcta, promediando hombres (6,7 centímetros) y mujeres (5,4), y con independencia de otros factores. No son cifras desdeñables, y algo similar ocurre con el índice de masa corporal (IMC).
Hay que resaltar que el efecto de la falta de sueño es más perjudicial aún en el caso de los niños: aquellos que duermen cinco horas o menos duplican por ello su riesgo de ser adultos obesos. Esta correlación entre falta de sueño y obesidad, sin embargo, va disminuyendo con la edad hasta hacerse sustancialmente menor en el caso de los ancianos.
Otro factor a tener en cuenta es que la causa de la falta de sueño (trabajo, ocio, estudios…) no influye en su relación con la obesidad. Y, contrariamente a lo que podría creerse, dormir de día (léase echarse la siesta), no compensa la falta de sueño nocturno, al menos en su relación con el sobrepeso. Por último, conviene saber que no hay que excederse con la almohada, ya que dormir en exceso (más de 10 horas) hace que aumente el riesgo de obesidad tanto como dormir de menos.
Por si en los párrafos anteriores no hubiéramos encontrado razones suficientes para dormir lo necesario, hay que añadir que la falta de sueño tiene también incidencia en el riesgo de aparición de algunas enfermedades graves, como ciertos tipos de cáncer, problemas circulatorios o diabetes.